jueves, 29 de marzo de 2012

Perfeccionarse a si mismo...


Me han contado que un maestro del Sable,
ya anciano, había dicho:
 “El Samurai debe entrenarse toda su vida.
Un Samurai debe conocer sus debilidades
y pasar su vida corrigiéndolas sin jamás
 tener el sentimiento de
 haber hecho ya lo suficiente.
Naturalmente, nunca deberá
sentirse confiado, pero tampoco ha de
sentirse inferior.
Yagyu, el maestro de la Vía del Sable,
que enseñaba
al Shogun Tokugawa, decía:
“Yo no sé cómo superar a los demás.
Lo único que sé es cómo superarme a mí mismo”.
Él se decía: “Hoy soy mejor que ayer, mañana
todavía seré superior”. Un verdadero Samurai
consagra todo su tiempo al perfeccionamiento
de sí mismo.
Por ello el entrenamiento constituye
un proceso sin fin...
Extracto del “Hagakure”葉隠 oculto bajo las hojas
Libro secreto de los samuráis del maestro
 Yamamoto Tsunetomo (1659 - 1719)]


«No hay nada noble en superar a otro, la verdadera nobleza radica en superarse a sí mismo»

lunes, 26 de marzo de 2012

Calma



martes, 20 de marzo de 2012

Sin miedo...


Durante las guerras civiles en el Japón feudal,
 un ejército invasor podía barrer rápidamente
con una ciudad y tomar el control.
 En una aldea en particular, todos huyeron momentos antes que llegara el ejército;
todos excepto el maestro de Zen.
Curioso por este viejo, el general fue hasta el templo para

 ver por sí mismo qué clase de hombre era este maestro.
 Como no fuera tratado con la deferencia y sometimiento
a los cuales estaba acostumbrado, el general
estalló en cólera. “¡Estúpido!”, gritó mientras alcanzaba
su espada, “¡no te das cuenta que estás parado ante
un hombre que podría atravesarte sin cerrar un ojo!”.
Pero a pesar de la amenaza, el maestro parecía inmóvil.
“¿Y usted se da cuenta?”, contestó tranquilamente el maestro,
 “¿que está parado ante un hombre que podría ser atravesado sin cerrar un ojo?”


lunes, 19 de marzo de 2012

Proverbio Zen

Si comprendes, las cosas son como son.
Si no comprendes, las cosas son como son.

jueves, 15 de marzo de 2012

El reloj parado a las siete...

En una de las paredes de mi cuarto hay colgado un precioso
 reloj que ya no funciona. Sus manecillas,
detenidas casi desde siempre, señalan imperturbables la misma hora:
 las siete en punto.
Casi siempre, el reloj es sólo un inútil adorno sobre

una blanquecina y vacía pared.
Sin embargo, hay dos momentos durante el día,
 dos fugaces instantes, en que el viejo reloj parece
resurgir de sus cenizas como un ave fénix.

Cuando todos los relojes de la ciudad,,

 en sus enloquecidos andares, marcan las siete,
 y los cucús y los gongs de las máquinas hacen
sonar siete veces su repetido canto,
el viejo reloj de mi habitación parece cobrar vida.
Dos veces al día, por la mañana y por la noche,
 el reloj se siente en completa armonía con
 el resto del universo.
Si alguien mira el reloj solamente en esos dos momentos,

 diría que funciona a la perfección…
Pero, pasado ese instante, cuando los demás
relojes acallan su canto y las manecillas
continúan su monótono camino, mi viejo reloj
pierde su paso y permanece fiel a aquella
 hora que alguna vez detuvo su andar.
Y yo amo ese reloj. Y cuado más hablo de él,

 más lo amo, porque cada vez siento
que me parezco más a él.
También yo estoy detenido en un tiempo.

 También yo me siento clavado e inmóvil.
 También yo soy, de alguna manera, un adorno inútil
 en una pared vacía.
Pero disfruto también de fugaces momentos

 en que, misteriosamente, llega mi hora.
Durante ese tiempo siento que estoy vivo.

Todo está claro y el mundo se vuelve maravilloso.
 Puedo crear, soñar, volar, decir y sentir más cosas
en esos instantes que en todo el resto del tiempo.
 Estas conjunciones armónicas se dan y se repiten
una y otra vez, como una secuencia inexorable.
La primera vez que lo sentí, traté de aferrarme

a ese instante creyendo que podría hacerlo durar
 para siempre. Pero no fue así.
Como a mi amigo el reloj, también a mí se
 me escapa el tiempo de los demás.
… Pasados esos momentos, los demás relojes,

 que anidan en otros hombres, continúan su giro,
 y yo vuelvo a mi rutinaria muerte estática, a mi trabajo,
 a mis charlas de café, a mi aburrido andar,
 que acostumbro a llamar vida.
Pero sé que la vida es otra cosa.
Yo sé que la vida, la de verdad, es la suma de

 aquellos momentos que, aunque fugaces, nos
permiten percibir la sintonía con el universo.
Casi todo el mundo, pobre, cree que vive.
Sólo hay momentos de plenitud, y aquellos

que no lo sepan e insistan en querer vivir
para siempre, quedarán condenados
 al mundo del gris y repetitivo
andar de la cotidianeidad.
Por eso te amo, viejo reloj.

 Porque somos la misma cosa tú y yo.

Jorge Bucay

martes, 13 de marzo de 2012

Un día de Marzo...

Me gusta caminar bajo la lluvia, porque asi nadie se dará cuenta que estoy llorando...