jueves, 15 de marzo de 2012

El reloj parado a las siete...

En una de las paredes de mi cuarto hay colgado un precioso
 reloj que ya no funciona. Sus manecillas,
detenidas casi desde siempre, señalan imperturbables la misma hora:
 las siete en punto.
Casi siempre, el reloj es sólo un inútil adorno sobre

una blanquecina y vacía pared.
Sin embargo, hay dos momentos durante el día,
 dos fugaces instantes, en que el viejo reloj parece
resurgir de sus cenizas como un ave fénix.

Cuando todos los relojes de la ciudad,,

 en sus enloquecidos andares, marcan las siete,
 y los cucús y los gongs de las máquinas hacen
sonar siete veces su repetido canto,
el viejo reloj de mi habitación parece cobrar vida.
Dos veces al día, por la mañana y por la noche,
 el reloj se siente en completa armonía con
 el resto del universo.
Si alguien mira el reloj solamente en esos dos momentos,

 diría que funciona a la perfección…
Pero, pasado ese instante, cuando los demás
relojes acallan su canto y las manecillas
continúan su monótono camino, mi viejo reloj
pierde su paso y permanece fiel a aquella
 hora que alguna vez detuvo su andar.
Y yo amo ese reloj. Y cuado más hablo de él,

 más lo amo, porque cada vez siento
que me parezco más a él.
También yo estoy detenido en un tiempo.

 También yo me siento clavado e inmóvil.
 También yo soy, de alguna manera, un adorno inútil
 en una pared vacía.
Pero disfruto también de fugaces momentos

 en que, misteriosamente, llega mi hora.
Durante ese tiempo siento que estoy vivo.

Todo está claro y el mundo se vuelve maravilloso.
 Puedo crear, soñar, volar, decir y sentir más cosas
en esos instantes que en todo el resto del tiempo.
 Estas conjunciones armónicas se dan y se repiten
una y otra vez, como una secuencia inexorable.
La primera vez que lo sentí, traté de aferrarme

a ese instante creyendo que podría hacerlo durar
 para siempre. Pero no fue así.
Como a mi amigo el reloj, también a mí se
 me escapa el tiempo de los demás.
… Pasados esos momentos, los demás relojes,

 que anidan en otros hombres, continúan su giro,
 y yo vuelvo a mi rutinaria muerte estática, a mi trabajo,
 a mis charlas de café, a mi aburrido andar,
 que acostumbro a llamar vida.
Pero sé que la vida es otra cosa.
Yo sé que la vida, la de verdad, es la suma de

 aquellos momentos que, aunque fugaces, nos
permiten percibir la sintonía con el universo.
Casi todo el mundo, pobre, cree que vive.
Sólo hay momentos de plenitud, y aquellos

que no lo sepan e insistan en querer vivir
para siempre, quedarán condenados
 al mundo del gris y repetitivo
andar de la cotidianeidad.
Por eso te amo, viejo reloj.

 Porque somos la misma cosa tú y yo.

Jorge Bucay

3 comentarios:

  1. Sólo aquellos que sintonizamos la misma frecuencia de sensibilidad sabemos comprenderte. Me alegro que el destino haya cruzado nuestros caminos. Mil besos

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  2. Gracias, Reina me alegro de tu presencia en esta, mi casa, donde siempre seras Bienvenida.
    Mil besos para ti y para el ángel que mora en tu casa.

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  3. No cambies por nada ni por nadie, antes o después encontrarás alguien que te quiera tal y como eres, será más breve o más largo, más intenso o más suave, pero al fin acabas viviendo en sintonía, en tu sintonía, la única que te hará plenamente feliz.
    Muchísimos pikitos canijilla.

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